Un libro.
Tengo un libro especial en mi biblioteca. Aunque los estantes están repletos
con todos los títulos posibles; siempre miro, y releo algunas cosas de mi viejo
texto; eso sí, lo hojeo con mucho cuidado. A medida que lentamente voy pasando
las páginas, se me llena la memoria de recuerdos: la escuela, el río, la
primera novia, las lluvias y también no sé por qué se me cuela el día de la
muerte de la abuela. El libro de mi infancia guarda mi memoria; por eso cuando
quiero hurgar en el pasado, lo tomo; y es cómo ir caminando las calles de un
ayer esfumado; retroceder las hojas del calendario sin mas razón que oler la
divina magia de los años que se fueron. No sé cuántos años tiene; sus páginas
pasaron de un blanco algodón a un amarillo viejo. También le aparecieron con el
tiempo y de variados tamaños pequeños puntos marrones. Mi padre cierto día me
dijo - “está enfermo, tienes que apartarlo, puede contaminar a los demás”-. Hoy
después de setenta años sé qué es estar enfermo y lo grave que significa la
palabra “contaminar”. Esos puntos…, digo, los marrones, me recuerdan a mi
abuela que también con los años le aparecieron iguales manchas. Ella se las
tocaba, sonreía y decía que “eso le sale a la gente importante”. Sin embargo;
yo se las veo a todas las personas mayores cuando la muerte comienza a rondar
por el cercado de la casa. En mis primeros años el libro iba conmigo a la escuela; lo bajaba del cajón pintado de color madera, le miraba las letras que nunca se movían y un olorcito a añejo cubría mi bulto escolar cuando ya tenía rato dentro. Aunque aprendí a leer un tanto tarde, nunca me preocupó. Sabia muy adentro que las palabras siempre me alcanzarían; que son como los sueños; todo el tiempo te acompañan, hasta que los años te enredan a ellos y como raíces se nutren de uno y ya después son necesarios para poder vivir: entonces nunca más se apartan de uno. Lo cierto es que cuando logré decodificar vocales y consonantes y que juntas podían alargarse en frases, párrafos hasta convertirse en libros, supe cuán importante era y es la lectura. En aquellos días comprendí el porqué mi padre había colocado el libro de Dante Alighieri en mis pequeñas manos y mirándome con sobrio juicio me dijo solamente - “un libro excelente”. Los años se me fueron alojando en mi modo de actuar; aquel libro que leí ya adulto se convirtió como en una especie de guía que exigía el volver a la antigua práctica; es decir amar las letras por sobre todas las cosas porque ellas encierran a Dios; porque a través de su cálido mensaje se recuperan los instantes ocultos en la memoria.
Todavía vive el libro; ya se marcharon: mi abuela, mis padres y…, todas las cosas de mi niñez parecen extraviarse en alguna parte de mi ser o podría decir como el sureño Benedetti “mi memoria está llena de olvido”. Allí se encuentra aquel acabado libro, envuelto en cinta adhesiva transparente para evitar que se quiebre. Faltan páginas, demasiadas diría y ya el marrón que presagiaba su fin, completó su faena; pero su titulo, su legado al igual que su historia perviven como todo escrito que cierta mañana abrió mis ojos para darme un mundo donde esos pequeños garabatos han permitido enganchar al cielo; que esconde el secreto de las luces.
Ramón Aguiar
24 / 02 / 10
Reseña Biografica
Ramon Aguiar, nace en Barquisimeto Estado Lara. Fundador del Club de Lectura Ludovico Silva en la Biblioteca Pascual Venegas Filardo. Miembro de la Asociación de Escritores del estado Lara: Actualmente escribe cuentos y se considera amante del blues y el Rock and Roll. Ha desarrollado una importante labor docente y orientador de la lectura para niños
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