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jueves, 22 de enero de 2015

DISERTACIONES SOBRE EL AMOR Y LA EXISTENCIA



DISERTACIONES SOBRE EL AMOR Y LA EXISTENCIA
Por: Raúl Oswaldo Martínez
 
 
 
Y aquel que camina una sola legua sin amor,
camina amortajado a su propio funeral.
Walt Whitman.
 
 
Es de suponer que en estos días, ensayar sobre un tema por demás escudriñado, no tiene ni tendría validez alguna el intento. Pero dentro de nuestras caprichosas posibilidades, es valedero no permitir que el silencio agobie el sentido de pertinencia que sucinta el amor como manifestación inherente a la existencia. Digamos, entonces, nuestra intención en este breve esbozo, no es más que un sencillo ejercicio del pensamiento.
 
El tema del amor, sin duda es un paraje sometido a innumerables estudios. Su inmanente vertiente involucra todo lo humano que somos: sentimientos, tragedias e intereses. Además constituye una concepción filosófica por excelencia, pues es una abstracción que en este momento se nos antoja emparentarla con el comercio, la moral y el dolor.
 
Pensemos en las diferentes expresiones artísticas que han tomado esta sustancia metafísica como punta de lanza, para sublimarla como un rasgo vital del ser humano. Desde los antiguos griegos hasta las modernas y latinoamericanas canciones boleros, el amor ha sido el leit motiv del dolor y la tragedia. Sin embargo, con el desarrollo de los medios de comunicación y la cultura del consumo masivo actual, se ha tomado al amor como un producto, un márqueting de nuestra sociedad actual. Una imagen de propaganda corporativa que tiene un valor de uso y un valor de cambio.
 
Muy a pesar de ello, no debemos nunca olvidar el eminente carácter humano que no ha dejado de poseer el amor. Hay que tener claro que el amor difundido a través de un márqueting corporativo sólo denota la expresión de la simplicidad, una entrañable vacuidad derramada sobre fechas célebres y jugosas ganancias comerciales.
 
Pero, ¿Acaso el amor es únicamente una compra- venta que rige nuestro destino? Es lamentable la intención que confieren los gurúes del nuevo Dios mercado, es decir la estética de la publicidad. Dicho Dios despierta en los individuos una errónea conciencia del placer estrechamente relacionada con el amor hacia el objeto.
 
Esta clase de seducción es justificada por medio de una supuesta conducta moderna, donde el individuo conjuga el placer de comprar con el gusto fetichista que siente hacia el objeto. Es decir, existe una actitud meramente sexual en esta conducta. Este incuestionable imperativo categórico, sólo plantea que el sujeto de nuestra moderna sociedad, para amar necesita algo más que tener deseos de hacerlo. En una palabra, se debe ser propietario. Baudelaire, el poeta de las Flores del Mal, vislumbró tempranamente esta situación en la actitud moderna, cuando en sus diarios íntimos escribió: “El amor puede derivar de un sentimiento generoso, (...) pero bien pronto lo corrompe el gusto de la propiedad”. En efecto, el amor en la práctica moderna es pensado obedeciendo ciertos sentimientos materialistas, en razón de una constante incomprensión y un irracional desajuste para concebir la existencia con humana sobriedad. Sí el Fausto vendió su alma al diablo por el conocimiento, el individuo actual en cambio vende su cuerpo al nuevo Dios Mercado. Pretendemos decir, por supuesto, es que al parecer la mayoría de las relaciones humanas giran en torno a dicho Dios y no hay modo alguno de salir de tal laberinto.
 
Es necesario, entonces, dar al amor su sentido esencial y originario. Pues, quizás, no se tenga ganado el cielo por el sencillo hecho de amar con voluntad, o en todo caso, con el libre albedrío. Pues resulta que con la libertad de amar nos sumergimos en lo que somos de humanos y nos revelamos como seres superiores. Si el individuo no es perfecto, es claro que el amor si lo es, como sentimiento vital lo puede transformar si es preciso todo.
 
¿Acaso todo acto de fe no es un acto de amor? Consecuentemente, los humanos siempre otorgamos una cuota de moral para trazar el innegable destino: avocarnos furiosamente a conocer la profunda naturaleza humana. La moral convertida en una odiosa trampa, acometiendo contra el instinto de libertad que poseemos.
 
Cuando se trata de concebir al amor como un hecho liberador no se puede pretender enredarlo en el seguimiento de normas y costumbres. Cuando surgen notables diferencias entre el querer y el placer, la voluntad del amante no siempre es manifestada a través del Ego, pues esta situación hace suponer erróneamente al amor en comparecencia a principios morales. Muy acertadamente Nietzsche escribió: “todo lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal” De ahí, el sensible hecho de la voluntad de amar concebida como un devenir y no como un establishment moral o entramado de costumbre.
 
Pero si nos adentramos en la cuestión, cuando un hombre siente atracción por una mujer y viceversa, sin duda que asistimos a una actitud animal en el concepto de la perspectiva del placer sexual. Tal animalidad se manifiesta en la pasión (la hija malvada de Dios, diría el poeta), sin embargo, a medida que se satisface la misma, acontece un estado de afección envuelto en un Ego Personal, manifestado en una relación de pertenencia donde se comienza a precisar los inconvenientes de la individualidad, y surge el complejo problema: TU ME PERTENECES. !!! Al cual nosotros los humanos convertimos en un voluminoso paquete de hábitos. Siempre habituados con situaciones más o menos establecidas. Nos dejamos seducir por el exuberante confort. (¡Confor-mismo puro y con-centrado! situación que ha sido bien entendida por los capitalistas, por cierto) E iniciamos el preludio de necesidades (falsas desde luego) y tratamos de llenar obsesivamente los espacios vacíos dejado por el amor (o la pasión; he ahí el dilema) cuando es inevitablemente tragado por la cotidianidad
 
Ciertamente, en el amor visto desde la perspectiva moral, los individuos no percibimos una clara conciencia del disfrute, en palabras de Alan Watts: “disfrutar es un arte y una habilidad para la cual tenemos escaso talento y ninguna energía”. Lo cierto es que debemos ubicar al amor más allá de los falsos egos. Hacer del mismo un río donde podamos sumergir nuestro cuerpo comprometido, no sólo con el placer, sino también con nuestro sentir vital:
“La dicha es razón de creer
En esta alianza secreta
Que me convida a los más bellos amores”
 
Los versos citados del poeta Vandercammen lo dicen todo: el amor es acto sublime que brota de las más arraigadas profundidades del alma. Es una actitud que marca la distancia del humano en cuanto a esas otras especies que viven pero no existen. Pues amamos con la conciencia límpida de una morada que se proyecta con la eternidad; verdad que nos libera a través de los ventanales de la vida donde flotamos hacia las más perfectas llanuras del sentimiento.
 
Ahora bien, será que la dulzura del amor sólo deriva de la estática felicidad del placer consumado, o por la entrañable catarsis de la tragedia y el dolor. El individuo en la amplitud del amor no es más que una máquina de sufrimiento “la disciplina del sufrimiento, del gran sufrimiento- ¿No sabeis que únicamente esa disciplina es la que ha creado todas las elevaciones del hombre?” Y aunque Nietzsche escribió esta afirmación con la intención de deslindar el valor de las cosas a través del placer y el sufrimiento, nosotros tenemos en cuenta al dolor, como un conocimiento donde se vislumbra la existencia misma.
 
Quizá en lo referente al dolor de la pasión, el amor esté imbricado por la mentira del amante. Pues se precisa que “el enamorado, - según Manuel Barrios – como el poeta, sabe medir bien cuando expresa sus vivencias como acontecimiento amoroso; pues eso le abre a un generoso comercio con otro ser, con otra vida...” Entonces se ama por placer y para prolongar la existencia. El amor embarga nuestro cuerpo así como los vientos se aletargan al torso de la tierra. El poeta Cavafy escribió un poema que de cierto modo trae al pensamiento la sensación del amor sobre nuestro cuerpo y memoria:
Vuelve a menudo y tómame,
sensación amada vuelve y tómame
cuando despierta la memoria del cuerpo,
y antiguos deseos corren otra vez por la sangre,
cuando los labios y la piel recuerdan y se sienten las manos
como si tocaran de nuevo
vuelve a menudo y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan”
 
Quizás estos versos denoten también la nostalgia del poeta que sólo aspira a que esa sensación (del amor por supuesto) lo envuelva haciéndolo sentir humano, que como una brisa fresca roce su cuerpo y le permita descubrir cada pálpito de intensidad y vida. Ya para culminar esta atrevida disertación sobre el amor, digamos que es menester tener en cuenta que el afecto amoroso no se sugiere como una jaula que encierra la libertad de amar. Quizás el amor como experiencia se logre dibujar en los versos del poeta Ramón Heredia cuando dice:
“Ser como el sol.
Dar vida,
Luz, calor
Sé de todos y de nadie.
Ser todo amor
Y no dejarse mirar de frente a la cara.”
 
Pues paradójicamente en el amor, intentamos siempre conocernos a través de la apariencia; pero como sentimiento sólo reflejamos la intuición. Es decir, el amor se convierte en una luz que va más allá de lo aparente para figurarse en un fuerte sentir vital que nos arrastra al éxtasis del placer y el dolor.
 
Afirmamos, pues, el énfasis en la fuerza volitiva del amante que no se somete a caprichos egoístas, y en especial, a rigurosas normas morales que sólo conllevan a emascular la voluntad de amar. El amor, como tal, es liberador, ya que la vida misma se libera de la nada, de la muerte; este proceso sucede cuando un hombre y una mujer se entregan a la pasión carnal y cuando la parturienta en su dolor da luz al nacimiento del individuo. A medida que éste va creciendo, sale de la niñez para encontrarse con el amor pasional y así perpetuar la vida en un círculo que no se detiene jamás. Superar el afecto maternal es tomar las riendas de nuestros propios afectos. “La voluntad de superar un afecto no es, a fin de cuentas, – según Nietzsche – más que la voluntad de tener uno o varios afectos distintos”.
 
A capricho diremos que es acariciar la belleza brindada por los afectos amorosos, como una lluvia que lava el recuerdo transparentado en la confesión de una noche que surge de la experiencia de vida. Donde el amor marca su único fin: apresurar el paso para desaparecer en una anhelante mirada. Quizás, aquella del amor conjugándose con el palpitar del corazón en una suave caricia y en la tibieza de unos labios. Quizás por los más plausibles procesos creativos del hombre erigidos en el dichoso movimiento de la existencia.
 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
 
Cavafy, C.P.  Cien Poemas.
Monte Ávila Editores. 1987
 
Vandercammen, Edmond.
Este Tiempo que Interrogo.1983
 
Nietzsche, F.  Más Allá del
Bien y del Mal. Alianza Editores. 1983
 
Watts, Alan. El libro del Tabú
Ed, Kairos 1972.
 
Baudelaire, Ch. Cuadernos de un
Disconforme. Ed.  Long seller. Revista Letra Continua. 1999
 
Barrios, Manuel. La voluntad de
poder como amor. Ed. Serbal. 1990.
 
Heredia, J. Ramón. Antología Poética.
Monte Ávila Editores. 1973.  

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                                                            
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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