EL MISTERIO DE UNA DEUDA
La noche del día en que murió Filomena
Palencia, Agustina no pudo dormir impactada por la muerte repentina de su
vecina. Dejó la luz del cuarto encendida para no ver las figuras que se forman
en la oscuridad.
Ansiosa, abrazaba a su pequeño hijo, como
quien se aferra a una criatura inocente para sentir protección de cualquier
cosa fúnebre. Sola con su hijo, entre las cuatro paredes de aquella habitación
muda miraba hacia el bombillo, cuando rompiendo el silencio y la soledad, apareció
una enorme mosca, paseándose por toda la habitación, manifestando su presencia
a aquella mujer, que asustada se comía las uñas. Abrazaba a su hijo cada vez
con más fuerza, cubriendo todo su cuerpo con la sábana para no ver ni escuchar
al insecto, mientras el pequeño sudaba por el sofocamiento que le causaba su
madre. La noche se hizo lenta y larga. Agustina se resguardaba hasta el rostro para no saber nada de lo que pasaba
afuera, pero abría un pequeño espacio entre las sábanas para localizar a la
mosca.
El insecto era enorme a los ojos de la
angustiada mujer, quien lo observaba
despavorida como si lo estuviera viendo a través del lente de un
microscopio. No era un animal común. Tenía la carne verde y enormes ojos rojos
llenos de pequeños puntitos grises. Movía sus alas y volaba alrededor de la
bombilla encendida. Hacía ruido y estos eran alaridos que atormentaban a la
aterrada mujer. Agustina sufría la lentitud de la noche como si cada minuto que
pasaba fuese medido con un gotero que gota a gota la hacía sentir ganas de huir
de aquellas cuatro paredes y escapar de esa enorme jaula en que encerraba su
angustia.
Esta crisis de nervios comenzó a
invadirla la misma tarde, al momento de enterarse de la muerte de Filomena
Palencia. Lo primero que paso por su cabeza fue, la deuda que tenía con ella,
por unas cortinas y aunque era poca, la acobardaba el saber que le debía ¿a quién
pagarle si Filomena no tenía familiar alguno?
Agustina comenzó a imaginar si Filomena
habría pensado en ella antes de morir. ¿Recordaría que el día anterior se
habían encontrado en el mercado y le había dicho que pasara por su casa para
pagarle? ¿Pensaría en esa deuda antes de cruzar el umbral de la muerte?
Esa misma zozobra continuó hasta llegada
la noche para causar el insomnio. En vano luchaba para conciliar el sueño
mientas el gigantesco insecto revoloteaba en la habitación para martirizarla,
llenándola cada vez más de angustia, alterando sus nervios, trastornándola,
enloqueciéndola al extremo de traumarla. Perturbada, miraba a la mosca que
volaba por toda la habitación. Obsesionada mordía las sábanas, llena de pánico
sin poder hablar, sin fuerzas para pronunciar una palabra, tratando de tomar
valor suficiente para espantar al insecto.
La mosca revoloteaba dibujando círculos en el
aire alrededor de la bombilla encendida, para luego posarse en las cortinas,
utitilizaba sus grotescas patas de pelos
punzantes para rascar su cuerpo, una vez más emprendía el vuelo en círculos por
toda la habitación, haciendo el típico ruido que hacen los moscardones con el
movimiento brusco de sus alas, para volverse a posar en las cortinas. Volaba de
la bombilla a las cortinas, de las cortinas a la bombilla mientras Agustina
seguía mordiéndose las uñas mirando a la
mosca que no paraba de hacer círculos alrededor de la bombilla.
En su revoloteo logró posarse cerca de
su almohada para mirarla de frente Agustina observó que el insecto se parecía a
la difunta. Fue entonces cuando temblando, sacó fuerzas, fuerzas que provenían
de lo más profundo de su abdomen y logro soltar un grito que salió de sus
tripas para espantarla:
¡Mosca si tú eres Filomena Palencia vete
de aquí!
¡Ya buscare la forma de pagarte!
En ese momento, sólo en ese momento,
como aceptando lo dicho por la angustiada mujer, el pequeño insecto logro huir
por la ventana y una escalofriante brisa sacudió las cortinas.
Autor: Marcos V. Hernández
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